sábado, 21 de noviembre de 2015

The Smell of Burning Firewood

The air was pleasantly cold and humid that morning, almost freezing. The colour of the vast olive grove was vibrant green, and their branches were starting to warp, bow, due to the bearing of the heavy fruit. Definitely winter was here; it could be smelled.

      The sound of a distant vehicle approaching filled the forestall vacuum, ragging the solemnity of the woods with spasmodic and clumsy little explosions. A kid, too small for her age, stepped down the pistachio tractor all in mischievous yet innocent bliss: two colliding concepts only coherent within the complexity of a child's mind. Grandpa was upset, the last minutes, apparently, the old tractor was running almost on an empty tank. He took some used sunflower oil grandma always gave him before leaving home, and filled the tank in its entirety; it was one of those little tricks of wisdom that never ceased to work. In the meantime, the kid couldn't care less about grandpa’s technical struggle; it took her less than a minute to lose herself among the mystique of never-ending columns of majestic, dense olive trees. She knew the path to follow, and walked through, what to the inexperienced eye, looked like just a mass of green. The new litters of kittens were waiting in a luminous glade; she was afraid one of those nauseating free shooters might have killed them. Those chickens, ducks, cats and dogs, even the birdies grandpa kept in the shed, could appear dead the next day, fairly easy. At nights, during the hours of endless darkness, she was always in wonder if these creatures would survive for one more day.

        Every morning, before venturing out again in grandpa's fields, the kid had her little rutine: she would wake up early and anxious, rush downstairs almost slipping over the black and white—chess resembling—tile floor on her way to the living room, hoping to see grandma already up just about to prepare breakfast with her usual tender smile. This first meal had no pair for her; she asked to have a toast of fresh bread heated right inside the fireplace. Its aroma filled the place with such indescribable richness! Decades would pass and she could not find anything which smell could remotely take her to those childhood days; even those fancy, expensive bakeries downtown turn as boorish in comparison, that, these days, they conjure up an ironic smile on her face as she walks along the streets of a busy city where healthy pure is the new trendy. She also remembers how back then, grandma used to spread the morning toast with this salty homemade butter the old lady kept in one of the cabinet drawers hung way up on the wall. The girl liked to look at the endavour that it was to take a bit of butter form the jar, and the mesmerising immediacy with which the butter would melt when entering in contact with the crunchy steaming hot toast. The girl would almost go into a deep trance at those early chilly hours of the day when she was near the fireplace sensing the smell of the burning logs, mixed with homemade bread and golden melted butter. She could take an eager bite while the ardent crepitation of the fire was reflected on her wide open pupils.

        These things, memories, lay hidden somewhere in her anatomy, they are the echo that sounds solely for her every time she gets off the train in a chilly night of winter approaching, and the sense of burning firewood fills the ambiance and wraps her body with a caress.

sábado, 25 de julio de 2015

Descansa (Cap. IV)

(IV)   

Un líquido frío me corre desde la nuca hasta las nalgas, haciéndome vibrar instintivamente; aquello me libera de mi propia mente surrealista a la que estoy condenado. Miro hacia arriba para descubrir a mi benefactor, resultando ser Garrido.  

—Bien hecho Alejandro. —Sonrío— ¿te diviertes?  

—No te haces una idea.   

   Si cuándo llegué tenía mal aspecto, ahora está directamente para echarle a la basura. —Yo que me alegro. —Levantándome del asiento, me despido de él.— No bebas mucho más.   

   Llego a casa a las cuatro de la madrugada. En la vía todo está sereno, me gusta librar los martes, las calles suelen estar vacías en la víspera de mis ridículas vacaciones. Lloviznaba mansamente sin hacer demasiado frío; el suficiente para que tuviese una sensación de sosiego interior. Si a eso último le sumas el ámbar de las farolas, en contraste con el umbroso azul, te llegas a abandonar a una profunda quietud que inunda el alma. Alcanzo el portal; hoy no tenía que caminar entre jóvenes borrachuzos obstruyendo el rellano.  

   Me quedaré en pura vigilia, hasta que transcurra un lapso de tiempo decoroso para ver a Ernesto; si lo encuentro en casa, claro, ¿qué hará durante todo el tiempo que pasa fuera? Todavía estoy de pie en el mismo punto con las llaves en la mano. Sacudo la cabeza para descontaminarme y abro la puerta. Me pongo cómodo; enciendo la televisión y me quedo mirando canales aleatorios...
  

—Escalera; lo siento. —dice sonriendo el francés— Ahh, el placer del vencedor. —sonrió. —Siempre lo es para ti—, se apresura a decir Rodrigo con su briosa risa ronca a modo de rugido. —Cierto, cierto. Venga, Ernesto, no te angusties. En la próxima podrás recuperar algo; aunque con lo que te has jugado, pasará mucho antes de haber una próxima. —Al decir esto se dirige en tono jocoso al último camarada en pronunciarse, detonando la carcajada entre los siete que rodean la mesa de la partida, incluyendo al infeliz de Ernesto, suman ocho esta noche.   

   Son más de las doce en un pub decorado con la firme intención de rememorar los antiguos salones del salvaje oeste. La nacionalidad francesa del empresario no impedía que consiguiese su propósito. La pasión adquirida por este país se nota en el ambiente. El suelo, el techo, las paredes decoradas con armas antiguas además de huesos de animales, todo ello recubierto de una oscurecida madera que cruje al pisar. Hay dos pisos, la primera planta la constituyen unas cuantas mesas redondas dispuestas en la esquina derecha; en la izquierda suena la pianola, imprescindible para ese matiz de reliquia. En la segunda, rodeada por una baranda: las habitaciones.  

   Se realizan actuaciones diversas destacando los duelos entre forajidos de un realismo admirable, en las que evocan personajes tan célebres como el temible Jesse James. Para dar más autenticidad y espectáculo, suelen bailar jovencitas ataviadas como una de las chicas de compañía de Pearl de Vere, en un escenario de cortinas bermellones. Por último, y como elemento estrella, las timbas de póker, pasión de Louis.  

—Primero tendrás que pagarme, claro... —se dirige a mí en tono sumamente grave.— … Es una cantidad considerable. 

   Sus grandes ojos redondos no se apartan de los míos.—Lo tendrás, Louis. —¿reunir esa cantidad? ni por mucho cuartel que me dé…, pero..., o digo algo, o de aquí salgo en caja de pino.   

—Claro que lo tendré. Tienes cara de padre de familia. Me encantan las familias, y por eso te doy un mes para reunir los seis mil de hoy, ¡Ay, el no saber retirarse a tiempo! Un mes. No más. 

   Un mes.   No llego a ganar ni el veinte por ciento de esa cantidad en ese plazo, ¡Joder!, si no entrego… sólo de pensarlo me… ¡Dios! ¡Pero cómo puedo ser tan gilipollas! Mis codos se clavan en la mesa y entierro la cara entre entre mis largos y ganchudos dedos. Se palpa la desesperación que me corroe como la ponzoña. 
  
—Róbalo, tima a quien sea, lo que te salga de los huevos. Pero no quiero oír una puta mala noticia. ¡Callaos, hostias! —los siervos del francés comenzaron a revolucionarse maquinando ya todo tipo de sadismos.— Tranquilidad. Venga, Ernesto, a tu puta casa ya. No te quiero ver más la cara por hoy.  

   Un bramido penetrante se escucha en los barrios colindantes al mesón; seguidamente, un hombre medio desnudo corre por la vía preso de la desesperación. Tropieza, se levanta, continúa, y vuelve a estrellarse. A la claridad de las zonas iluminadas, vemos a un varón, alto, moreno, fornido, velloso salvo en el afeitado cuero cabelludo; un varón que no pasa de los cuarenta, totalmente envejecido. Lleva el padecimiento trazado en el rostro.  

   Atormentado, se dirige a toda velocidad a la vivienda de su hermano. Son las cinco de la mañana, estamos a mediados de septiembre.  

  Lidia duerme en su cama de matrimonio; escucha el timbre y su tronco se dobla bruscamente, impaciente por saber si es su marido el que llama, deseando que lo sea. Corre al segundo toque de timbre; se tropieza por el galope sobre las pulidas losas. De un brusco tirón abre la puerta emocionada.  

  Es Samuel, el ultimo ser que desea ver. Allí están los dos, uno frente al otro, en un silencio sepulcral provocado por la decepción, ninguno de ellos se esperaban.   

  Cinco segundos, sólo cinco segundos en los que él observa, ella observa.   

  Samuel de pie en el quicio de la puerta brillando con luz propia; la sudoración le gotea por toda la piel brotando más a cada instante, la respiración agitada, la angustia en el rostro pálido por el espanto.  
  Lidia delante de él, de pie también, sujetando la puerta; la boca abierta por la terrible decepción. No comprende absolutamente nada.

De repente, la explosión. 

  Irrumpo en la casa; no espero a ningún sonido, ningún consentimiento, la aparto de mi camino, a toda velocidad arrasando por el estrecho pasillo, tirándolo todo. Busco la habitación; busco a Ernesto. 

—¡Fuera, márchate, fuera! —Lidia reacciona, sale del impacto, va en mi busca, apoyándose en la pared para no estrellarse. Siento la presión de su peso en la columna, sus golpes. Echo hacia atrás el brazo y la agarro del camisón de raso, alzándola en el aire como quien coge a un gato por el pescuezo; y la suelto en el suelo, quedándose tirada, rota, con el orgullo hecho mil pedazos. Rompe en un llanto ronco, dando golpes al suelo, lanzando alaridos. La veo abandonarse agazapada en la cerámica. Me gustaría hacer algo, pero no aceptaría mi ayuda, entonces ¿para qué? 
  
—¿Dónde está Ernesto? —Me mira fulminante; sus pupilas dilatadas se posan en las mías furiosas deseando mi muerte.

—¡No lo sé, quisiera saberlo, pero no lo sé!, ¡aunque estuviera aquí no te lo diría nunca, hijo de puta!, ¡creía que era él quien llamaba, creía qué…! 

   De sus ojos brotaban lágrimas gruesas, ni siquiera podrá distinguirme. Se arrodilla, apoyando su fino cuerpo en sus brazos fuertes, los más hercúleos que he visto en una mujer; permanece callada uno, dos, tres… 

—Márchate de mi casa, ¿no ves que no está?, ¿no lo ves? ¡No es-tá!

…segundos. 

   Me persigue en mi propia casa, me la invade, me pregunta por Ernesto de madrugada, inaceptable. No sé dónde…, no sé de él, no sé donde…  

—¡Mamá!, 

   Se levanta alejándose de mí, huyendo al pasillo totalmente enajenada; se sujeta la cara con las manos. Entre sus dedos alcanzo a ver uno de sus ojos verdes, abierto descomunalmente. Se restriega nerviosamente las palmas de las manos sobre el rostro. Edgar y Luis, levantados, no le quitan los ojos de encima. Nerviosos gritan su nombre, corren hacia ella y tiran de su ropa. No se inmuta, sigue exactamente igual, en trance. 

   Baja las manos lentamente con la vista perdida, su semblante húmedo por las lágrimas, mucosidad y saliva. Balbuceando, comienza a hablar a nadie. 

—Mi juventud, toda mi vida…—se da la vuelta, apoya sus manos abiertas en la pared y golpea con fiereza su frente en el gotéele amarillento. 
  
—¡Le he dado toda mi vida, mi mejor momento, mi juventud, dos hijos maldita sea, le he dado dos hijos que más quiere de mí!, que más quiere maldi…— resbala por la superficie vertical, dejando un reguero sanguinolento. 

   En ese momento, el tiempo pasa diez mil veces más lento. Veo a la mujer en un estado más allá de la ira, más allá del desengaño; ahogada por el ansia, sus pequeños aúllan sin consuelo, asustados por la actitud de su madre. No espero más. Antes de que se desplome, antes de que los mellizos taponen el camino, reacciono para poder evitar el desplome de mi cuñada. 

  Se elimina la cámara lenta. Ya la tengo sujeta, no hay angustia, la tengo. Respiro profundamente; el esfuerzo ha hecho que vuelva a sudar. Con la mano libre, llamo a los niños; se acercan acongojados. 
—Traed un trapito para mamá, buscad en la cocina. —Los veo irse y traer en un tiempo eficiente el recado. Se arrodillan a ambos lados de mí, concentrados en lo que hago, atentos a su madre. Le limpio la sangre cuidadosamente de la frente, no se ha hecho mucho, sólo leves rozaduras. La levanto en alza, llevándola sin esfuerzo a su cama desangelada; la tumbo, la cubro con las mantas y me dirijo a mis sobrinos que no han dejado de seguirme nerviosos. 

—No pasa nada, tranquilos; ya está todo bien, claro que…—Esto último lo dije agachándome, poniéndome a la altura de ellos, lo más próximo y cómplice que supe— Necesita descansar muchísimo, no queréis que le vuelva a pasar ¿verdad?, no queréis que vuelva a hacerse daño, ¿verdad? —Niegan efusivamente— Claro que no. Vamos a hacer una cosa, os vais a meter en la cama grande, pegaditos a ella, para que no esté sola y no se ponga triste.
  
   Hago el saludo militar para que rían, liberen tensiones, y puedan intentar volver a dormirse. Hoy pase lo que pase, tengo la conciencia tranquila. Los tapo bien a los tres; cierro las ventanas y las persianas, y dejo una nota en la mesilla para Lidia: 

‘’Llevo encima el móvil y un juego de llaves de tu casa, llámame si ocurre algo. Sé que me odias; a mí no me hace nada de gracia tampoco. Hazlo por ellos.” 

lunes, 13 de julio de 2015

Descansa (Cap. III)

(III)

En casa llamo al psicólogo del seguro, no es una maravilla, pero tampoco necesito que lo sea, sólo alguien a quien contárselo servirá. La alternativa al vendedor de humo era Ernesto, y no sabía exactamente cómo sacar el tema, la verdad.

Son las cuatro. En menos de un cuarto de hora me planto en la sala de espera del consultorio. No hay nadie, así que me llaman prácticamente de inmediato, cuando le expongo mi caso me bombardea de preguntas manidas y predecibles sobre mi infancia y doscientas chorradas más.

—Julio..., mmm, con todos mis respetos, estamos perdiendo el tiempo. Yo sólo quiero que me convenza, de qué y cómo lo haga, me da igual sirve para quedarme tranquilo, y con tanta preguntita me pone nervioso.

Julio se levanta pesadamente, no es para menos viniendo de un hombre monumental, no había visto a un individuo así desde mi sargento: titánico, velludo, con una voz serena, sosegada que se hacía escuchar. Abre una pequeña caja negra con gesto recio—como si estuviese calculando la masa del objeto—para ofrecerme un Habano con su mano poderosa. Lo acepto extrañado, ¿no estaba prohibido fumar en salas? Charlamos durante horas, siendo consciente de que se trataba de alguna maña para ver si soltaba algo de interés. Me daba igual, hacía mucho que nadie conversaba conmigo con tanto interés.

—Así que caza.

—Desde los 11 años. Bueno, desde los 11 años acompañando a mi padre, que en paz descanse, hasta que empecé a coger un arma con dieciocho. Me enseñó todo lo que sé. Hace varios meses que no...

—¿Y su hermano?

—... voy al coto.

—¿Mi hermano?, no, a mi hermano no… Quiero decir, él es más…, más naturalista, por ponerlo de alguna manera. No congeniaba muy bien con él. No paro de hablar. Julio escribe anotaciones vertiginosamente, me pone nervioso.

—¿Celos fuera de lo usual?

—Sí, bueno, siempre hubo rencillas, Ernesto es algo difícil de llevar. Pero como en las mejores casas, supongo. Salvo que no en todas uno se obsesiona con coser a tiros al otro, ja ja ja...

Dije esto último para ver su reacción, pero ésta no cambia ni un ápice, por segunda vez se pone en pie. Coloca su mano sobre mi hombro presionando muy levemente. —Nadie le está juzgando.

Me recoloco dejando caer la cabeza rasurada en la fría y porosa piel del sofá. Proseguimos.

—Di, ¿disparaste a alguien mientras cazabas?

—Si una vez que él...

—¿Su hermano?

Asiento. —Y unos amigos se colaron en el coto, los muy imbéciles se pusieron en medio y una de mis balas fue a parar a su hombro; no mueres por un disparo en el hombro, pero había mucha sangre, la herida no paraba de brotar y se retorcía de dolor... Eso fue cuando teníamos unos dieciocho años o así; desde entonces, bueno, no nos llevamos demasiado bien.

—¿Cómo murió su padre? —ya había preguntado varias cosas de mi vida privada que contesté por encima, supongo que ahora toca ahondar.

—De cáncer. Fumaba como una chimenea. Ocurrió dos años después del accidente con Ernesto. Después de eso no salía de casa más que para trabajar y a los veinte me alisté en el ejército.

Parece que hablo con una pared. No sé si se debe a la profesionalidad, o directamente me está ignorando hasta que acabe la hora de consulta y se pueda ir a tomar por...

—¿Qué hay de su madre?

—Ah, claro. Pues..., nunca la conocí, murió cuando nos dio a luz. Prematuros y parto con muchas complicaciones.

—Ernesto es lo único que tienes, con frecuencia la gente que pasa por traumas como tú lo has hecho, desarrollan una fuerte inseguridad que les aferra a sus seres queridos; éstas se manifiestan de diversas maneras, en tu caso y dado tu perfil violento, se trata de experimentar suceso en el coto una y otra vez con peores consecuencias. Y las armas, las armas son un elemento cotidiano para ti, introducirlas en un sueño no es extraño. Lo que te ocurre es algo de lo más normal.

—Sí, podría ser. Pero… Cuando despierto de esas fantasías estoy, ehm, furioso, me siento impotente por no entender qué ocurre. Tengo miedo incluso a cabecear y me avergüenza reconocerlo, pero es así. Esto que voy a decir va a sonar estúpido, pero es jodidamente cierto: mi vida se ha convertido en una puta alucinación, no puedo distinguir qué es real y qué no. Entiendo lo que me dices, pero tú no estás ahí cuando esto me pasa: acabo con la sensación de sangre en la boca y sólo quiero arrancarme la piel a tiras para que pare.

—Lo que necesitas no va más allá de una simple pero efectiva terapia familiar. Habla con tu hermano, cuéntale, arregla todo lo que tengas que arreglar con él y verás cómo todos los miedos desaparecen y con ellos esas pesadillas que te desgastan. Si después de todo, persisten, continuaremos con más sesiones.

—Lo intentaré, gracias.

Eran las doce cuando me acosté, más tranquilo, repasando la tarde en compañía. Al final pasé buen rato, pero volví con la misma idea que tenía cuando me fui; no me contó nada nuevo, en fin... Mañana iré a ver a Ernesto y hablaré con él; no me importa rebajarme un poco. Con ese agradable propósito caí rendido.

Por poco tiempo. 

De un golpe me desperté, el teléfono está sonando interrumpiendo un fructífero descanso sin añadidos, me acerco furioso a la mesilla para contestar. Al otro lado de la línea me habla Garrido, un compañero del trabajo.

—Samuel, tío, ¿qué pasa?, ¿haces algo?

—Dormía.

—¿Ya? Vente, hombre, estamos en el bar debajo de tu casa, ¡ya!, ¡venga! —Si volvía a echarme sufriría de nuevo. El mierda de Alejando me había aguado la noche.

—Bajo en un momento. Tardo diez minutos en llegar a la tasca. Hay una fiesta organizada por algún sindicato. No me ha hecho nunca mucha gracia este tipo de celebraciones, pero hoy no tenía mejor opción.

—Aquí está el amigo. —Alejandro estaba ya ebrio y con la sandez más subida que de costumbre, lo cierto es que se ve penoso, lleva toda la ropa mal colocada, manchada, el pelo rubio enredado, vamos, un cuadro...

—Hay barra libre, pídete algo.

—Si me quitas la mano del hombro lo mismo puedo hasta andar hacia la barra. Le retiro con fuerza la mano casi torciéndosela y me voy a pedir algo. Como un bobo se queda plantado sin saber si reírse o ir a por mí. Durante dos horas y media sigo bebiendo ininterrumpidamente, absorto entre licores, no he logrado olvidar.

Algo me espabila. Mi vaso se ha derramado y el líquido vertido en la barra describe ondas que saltan acompasadas, instándome a buscar la raíz de su movimiento, lo que las agita. El vaso se precipita haciéndose añicos. En el suelo, el alcohol y los trozos de cristal danzan un ritmo cada vez mayor; los siguientes son los taburetes que, impulsados por una fuerza invisible, se estampan contra la pared. En menos de una centésima de segundo, mi asiento y yo salimos despedidos de igual manera. Con los ojos desencajados, escruto el entorno en busca de algo tangible, ¡nada! Me ahogo, el corazón me late muy deprisa, galopa en mi pecho.

Los que me rodean parecen estar en un mundo paralelo, no se inmutan ante esta fuerza, ¿están ciegos? Giro la cabeza hacia la barra, mi impulso ha dejado un profundo socavón abierto en las baldosas del suelo. Eso no es todo…, de él brota una bruma turbia y majestuosa, una siniestra nube carmesí que se condensa en el techo; la acompaña una bandada de moscas pesadas y nauseabundas que en sistemáticos movimientos logran formar una figura humana.

Preso de la taquicardia, vuelvo a mirar a mi alrededor en busca de auxilio, ¡nada de nuevo! Emito un gemido animal, mientras que en un intento de protección inútil, me agarro los miembros en posición fetal, consciente de que esa abominación avanza hacia mí.

Se está acercando, ya está… ¡Está aquí!, la figura desciende de su altura agachándose, dibuja una mueca sarcástica en su rostro y señala la gruta que continúa en las profundidades. En un alarde de valentía infantil, saco mi navajilla, la agito contra el pecho del gigante y no sirve absolutamente para nada; se acerca tanto a mí que siento un leve cosquilleo en los labios producido por las patas de las moscas que componen la bestia. Me agarra del cuello tan fuerte que los insectos que conforman la palma de su mano, mueren presionados contra mi cuello; siento como son aplastados, es más, oigo ese sonido repugnante que producen sus cuerpos al reventar contra mi piel cerca de la oreja.

Consigue arrastrarme; aún sujeto por el pescuezo, me sostiene en la entrada del agujero. Su risa es pavorosa, y pese a todo lo que he vivido, no consigo tener otra cosa que no sea un desasosiego atroz como si fuese un niño. Me va a soltar, sé que lo va a hacer; juega conmigo: me zarandea, me agita, deja caer, para recogerme inmediatamente después.

—¡Para de una vez, hijo de puta!, las lágrimas de angustia eran inminentes, pronto sentiré mi orín emanar; no puedo más.

—¡Mátame! —Si lo hiciese, aún conservaría un poco de dignidad.

Mis plegarias fueron escuchadas, al despegar, literalmente, su mano, caigo al vacío. De repente, esa nada se metamorfosea en una habitación; un perro pasa por mi lado, me dice que me duerma. Una rata empieza a devorarlo; la criatura negra chilla, ¿qué coño...? Me cuesta andar, no comprendo nada, estoy tan agotado… Hago un esfuerzo, me yergo en el frío mármol. Descalzo, camino hacia lo que parece una puerta, deseoso de salir de aquí o morir de una vez. Voy dejando huellas azabaches por donde paso. Oscilando por el estrecho pasillo, oigo voces en mi cabeza. Las paredes sangran desde el techo; el suelo se desquebraja, abriéndose una gran brecha volcánica de extremo a extremo: caigo de nuevo, pero esta vez pausadamente, en gravedad cero.

Mientras desciendo, veo asomarse en lo alto, apoyado en el límite de la fisura, un varón ciego; sin nariz ni boca, saludando con un muñón mal curado. El lánguido descendimiento se hace interminable. Lidia me agarra de las manos. Colocados ambos en un balcón de ultratumba se me entrega apasionadamente, ¿por qué ocurre todo esto? Mis labios comienzan a arder, la mujer es fuego, ¡fuego! Se abre una segunda fisura en el promontorio, haciéndome caer por tercera vez. ¡Risas! ¡Risas! ¡Oigo risas!, ¡ESTOY HARTO YA! Grito desgañitándome; lleno cada milímetro de espacio con mi voz rotunda y cansada.

En el fondo del abismo pedregoso, tras lo que parece siglos de caída, hay esperándome un hombre de traje negro, alto e imponente. Alarga su mano y la introduce sin piedad en mi pecho abriéndomelo de par en par. Derrama las vísceras en el suelo polvoriento. Me agarra de mis quemados hombros y comienza a golpearme, sus manos cerradas son como mil cuchillas que van desgarrándome.

Sin una sola gota de sangre en el organismo, caigo de bruces pudiendo ver la sonrisa de Ernesto, esta vez soy yo quien con los ojos desorbitados muere dibujándose el dolor en el rostro; él se asoma.

martes, 7 de julio de 2015

Descansa (Cap. II)

(II)

En casa de Ernesto desayunan; son gente de costumbres, por lo que resulta sencillo adivinar lo que están haciendo. Una vez sentado a la mesa, comentan temas excluyentes. Sonrío de forma esporádica, cuando no mojo ausente la magdalena rancia en el café. Llega un momento de ensimismamiento tal que les miro y no oigo ni escucho nada salvo graznidos suaves. La visión comienza a fallar: cada rincón a mi alrededor parece idéntico al anterior y tengo la sensación de estar envuelto en una creciente atmósfera sepia, añeja, como de los setenta.

Puede que sea la mezcla del olor a tabaco, el ambientador dulzón y el perfume a granel de ella; la cosa es que me siento..., febril. Los niños se hartan de hablar y se van a dónde no alcanzo a ver. Me pesan los párpados, las formas me llegan empañadas, igual que si mirase a través de un cristal grueso. Vuelven los recuerdos. Sumergido en mi estado, estrujo la magdalena empapada de café con leche, llenándolo todo de una pasta revulsiva y pegajosa.

—Samuel, últimamente estás de un extraño... —Avanza desde donde está sentada a tan solo dos o tres metros de mí. Habla con voz autoritaria y un deje de dulzura simulada.

—Mira cómo te has puesto y cómo has dejado el paño, anda trae que lo limpie. Vete a echarte si quieres.

Lidia es una mujer en continua pugna con el tiempo y su condición económica. Su marido es oficinista además de escritor, de “escritor”. Y ella aun teniendo formación y oportunidad suficiente, nunca quiso ejercer, le pareció más cómodo dedicarse a sus hijos y a ella misma, aparte, por supuesto, de administrar el dinero de su esposo sacando no poca rentabilidad.

En cuanto a mí, sé muy bien cómo me ven: con recelo. Un tipo que se conduce desatinado, de los que tienen algo que hace saltar la alarma de la suspicacia; dejó un jugoso puesto de teniente por trabajar transportando mercancías ganando mucho menos de la mitad y trabajando el doble, y aun habiendo hecho eso, pasa las horas en casa con la única compañía de viejas armas que siguen funcionando; a veces, las monta y desmonta mecánicamente con la vista en vete tú a saber qué, ¿lógica? No, una persona así no puede estar bien de arriba. Bien puede parecer que les culpo por tener esa idea de mí, pero lo cierto es que me trae sin cuidado cómo me vean mientras que me vean…, últimamente necesito que me vean.

Nunca he aguantado a Lidia, su hipocresía junto con su simpatía mal impostada me supera; así que la detengo bruscamente. Le miro y noto que es recíproco. Mis párpados semi caídos y mi expresión adormilada logran ponerla de los nervios, retirándose al fin de mi lado. Me voy sin ver a mi hermano, con los rescoldos de la preocupación que me sobrevino ayer en la noche.  

Hace demasiado calor, no serán más de las once y se ha duplicado el número de grados de la pasada hora. Las chicharras vociferan, el aire se corta con cuchillo y mi cuerpo se va replegando paulatinamente.

Casi no puedo respirar, el camino a mi casa está resultando un verdadero infierno. Mientras voy tambaleándome en mitad de la carretera, mi pié izquierdo se hunde súbitamente hasta la ingle, estupefacto compruebo que el alquitrán es de un líquido denso.

Tardo tanto en reaccionar por la sorpresa que me hundo sin remedio hasta que mi boca cata el repugnante sabor de la brea, retorciéndose del propio asco hasta la última célula de mi cuerpo. Me resistía pero la temperatura ya había hecho mella en mí, agotándome. Poco a poco el pastoso río negro me atrae hacia el fondo. Quiero respirar, pero los pulmones, la nariz, la boca, e incluso los ojos, rebosan alquitrán. Suspiro por salir, pero no puedo moverme, ni siquiera sacar la cabeza; lucho pero no me salen las fuerzas, cada vez estoy más inmerso, definitivamente, he encontrado mi fosa.

Cuando echo hacia atrás la cabeza resignado, topo con algo sólido; rabiando del dolor, consigo dar la vuelta descansando sobre lo que parece una especie de pared. De hecho..., palpo sulfuradamente su superficie, hallando muescas irregulares y aleatorias a las que me pueda agarrar. En mi apego a la vida logro arrancar fuerzas donde no existen consiguiendo sacar al fin la cabeza a la superficie. Cerca de mí tengo una interminable hilera de adoquines culminando esa especie de tabique que noté allá en la negrura.

Estirando el brazo, los tiento con las manos; y repitiendo la acción con el izquierdo, salgo del bache como de un lodazal, cubierto de mugre tóxica.

Una vez fuera corro como un gamo, temo que la calzada se derrita, se caigan las casas, se curven las señales o algo peor, huyo sin descanso, ni veo a dónde me dirijo, aunque tampoco podría, la brea me ha dejado prácticamente ciego.

El aire me rasga la garganta ya inflamada y abocada conmigo a la muerte, el bochorno pesa tanto que elimina mis ansias de velocidad sustituyéndolas por mantenerme medianamente derecho. Desfallezco. Caigo de bruces en el suelo con un estrépito atronador, mi cabeza da de lleno con las baldosas de la calle, tiñéndolas de grana.

Agazapado me frío a fuego lento. Ernesto aparece, no lo veo llegar, tan solo surge. Me levanta del suelo, me sienta en un banco próximo, al que yo, extenuado, nunca habría llegado. Acerca agua a mis labios sangrientos y ennegrecidos. Bebo desesperadamente. Una vez saciado le observo sentado a mi lado, con la botella todavía en la mano, me sonríe. En un ataque de súbita ira, levanto el arma y le asesto un disparo a bocajarro, los ojos desorbitados de la victima dibujan el horror de sus últimos segundos de vida. Me asomo.

—¡Mamá! El tito sigue en el salón.

—¿Durmiendo?

—Sí... Bueno, no, ya no

—Samuel, ¿estás enfermo?, ¿qué te pasa? —Lidia irrumpe de la cocina a la sala donde estoy con un vaso de cristal en una mano y un paño en la otra.

—Te duermes en cualquier lado, se te va la cabeza y tienes la cara de un muerto... ¡Ve al médico de una vez!, mira que te dije que te echases.

—Me encuentro perfectamente.

En realidad sólo he escuchado la última frase de todo lo que ha dicho. Mientras me pongo en pie apoyándome en la mesa, el cerebro da un latigazo, viéndose mi equilibrio considerablemente afectado. Mareado, voy a la puerta; paro en seco volviendo hacia mi cuñada, acababa de recordar el motivo de la visita.

—¿Sabes algo de tu marido?, desde ayer quiero verle. —Su fachada de mujer atenta y educada se turba en cuanto me involucro demasiado en su casa. Hace lo menos tres meses que no vengo, se había acostumbrado.

—No. Me dijo esta mañana que después de la oficina se pasaría por casa de Jorge, un tipo con quien escribe una novela conjunta. Según él va a ser La Obra. — su tono es agnóstico, casi sarcástico. La veo agarrar la silla más cercana y sentarse con resignación para luego mirarme con curiosidad.— ¿Y para qué quieres ver a Ernesto?, ¿necesitas que te preste dinero?

Ahora si la reconozco, ésta es realmente Lidia y no la pusilánime de hace un momento. Yo seguía de pie a dos pasos de la puerta. —No es lo que necesito, ¿tú?

Sonríe con despotismo, manteniendo en todo momento el contacto visual. Esta vez estoy avispado. —Siempre confundiendo términos, aquí somos un matrimonio.

—Ya veo, sí que te lo has montado bien, sí..., tienes a quien sacarle los higadillos con una ventaja extra: irritarle hasta el punto de hacer que no quiera parar en casa ni para un recado, así la tienes toda para ti. Porque, imagino que es eso lo que esperas que pase..., ¿o quizá no? —sus facciones pasan de ser molestas de contemplar, a desagradables por la irritación. Bingo.

—¡Fuera de aquí!, eres un puto asqueroso que sólo busca amargarle la vida a los demás!, ¡vete a tomar por culo y no metas más mierda en mi casa!

—Sigues siendo una histérica. —Llego al portón que da a la calle algo envejecido por el paso de los años, no sin antes volverme hacia ella un pequeño instante. Ahí estaba levantada, con la cara enrojecida, con la cabellera encrespada, fuera de sí. Supongo que me maldice, o eso intenta, porque su vocalización es tan pobre que no logro comprender un sólo fonema. La miro de arriba abajo sin preocuparme por ser sutil.

—Ah, y otra cosa, la próxima vez que discutas con alguien hazte el favor de meter a los niños en una habitación.

Un gesto de saludo cordial, y con Lidia encolerizada hasta el punto que me apetecía, salgo satisfecho a la calle.

 El contraste de mi temperatura corporal con la de mi entorno unido a mi ligero malestar, hizo que vomitase en el primer sitio que pude. Gracias al cielo todo era normal. El asfalto sólido, los pisos asentados sobre sus cimientos..., lo mismo ocurre con la temperatura y la luz, todo perfectamente normal, y yo estoy totalmente despierto, aunque nervioso, muy nervioso.

No paro de darle vueltas a lo mismo: otra vez igual, ¿por qué demonios tengo estas pesadillas?, ¿cuántas veces exactamente se tienen que repetir para que empiece a tomarlas en serio? Qué angustia…, cuando creo que ya para, vuelve otra vez, y peor. Hago memoria por si hay algún tipo de rencor, algo que lo explique, y no encuentro ningún argumento de peso, nada. Ernesto siempre me ha sacado de quicio, pero eso no justifica definitivamente querer matarle. También es posible que la obsesión con el tema me haga tenerlo ahí, fresco… Necesito hablar de esto.

(Continúa...)

viernes, 3 de julio de 2015

Descansa (Cap. I)

La primera entrega del relato que escribí en 2008, editado hace unos días:


Estirpe de Abel, vientres calentados
Al fuego del hogar de los patriarcas
Estirpe de Caín, por hambre aúllan
Tus entrañas lo mismo que los perros.
 - Charles Baudelaire (Les Fleurs du Mal)

(I)

   Por donde piso, no se ve; por donde me arrastra la inercia, no se ve. La luz que baña el lugar no proviene de un punto fijo. Etérea, evoca aquellas simas en las islas del trópico, donde una suave azul hiere la penumbra e, incidiendo en el agua, impregna el interior de un misticismo envolvente color cían. Esa sensación sobrecogedora, esa tranquilidad solemne que crea la imagen, es la que ahora mismo experimento. Sin embargo, el no poder discernir figura alguna a través de ella, me perturba. 

  Tras mucho vagar a tientas, al fondo avisto lo que parece una farola encendida, y bajo ella un hombre. Será por la negrura a la que he estado sometido, pero aquel punto anaranjado parpadea con una fuerza cegadora. Conforme me acerco, el suelo se vuelve inestable, las paredes comienzan a mutar; unas ondas de frecuencia matemática marcan el ritmo del repentino movimiento en mi entorno. Confuso y exaltado no puedo hacer otra cosa más que reptar hacia él.

   Llego. Tras erguirme en el círculo que describe el alcance de la bombilla—el único segmento de tierra estable—observo minuciosamente al hombre de mediana edad sentado en suelo, apoyado en el mástil de hierro. Levanto el arma y le asesto un disparo a bocajarro, los ojos desorbitados de la victima dibujan el horror de sus últimos segundos de vida, Me asomo. 

  Despierto lleno de sudor, la boca sabe a metal, la cabeza de no estar soldada al cuerpo diría que ha explotado, los músculos de los brazos, ahogados bajo la almohada, aplastados por mi cabeza, arden cuando los pongo en marcha. Cubiertos mis ojos de lágrimas secas, han creado pequeñas costras en el rabillo que me restriego con la base de la mano rememorando la pesadilla. El calor es inaguantable. Al darme cuenta de mi realidad, casi de inmediato miro debajo de la cama, el rifle de caza sigue ahí, al cogerlo y abrir el cargador, veo que está vacío, aún así lo agito fervientemente como un loco hacia el suelo por si hay alguna bala reticente a salir. Hay suerte, menos mal. Sólo queda telefonear para calmar mi conciencia.

 —¿Ernesto? 

—…¿Quién cojones..? 

—Soy yo, emm..., pe..., perdona, me entró la neura. 

— ¡Pche!, ¡Pues llama mañana, hostia! No sé ni por qué lo cojo, soy imbécil. 

  Cuelga. Miro el reloj de pulsera, uno de tantos que yacen junto a mis pies, puede que hasta sea el único que funciona, no lo he comprobado: las cuatro y media. Domingo. Aún sostengo el auricular del teléfono en la penumbra; pese a todo, me alegro de que siga vivo. Sabía que estaba bien al igual que mi arma seguía bajo el somier, era ese maldito mal cuerpo que me había dejado la pesadilla lo que me inquietaba... Demasiadas horas delante del televisor, debería buscar otro pasatiempo menos..., entumecedor, llega un momento que no distingo entre realidades, me cuesta ubicarme, y la soledad es algo más evidente. 

  Desde mi posición sentado en el suelto con la espalda apoyada en la cama aún hecha, repaso flemático mi alrededor, inclino la cabeza hacia atrás y, con la vista fija en el pequeño tragaluz, me abandono de aquí al amanecer. El tiempo secará el sudor; una corriente fresca erizará mi piel en mitad de la noche; y miles de recuerdos sepultados tiempo atrás, me visitarán golpeando memoria y ánimo. 

  El que lo haya sufrido, coincidirá que lo peor de ser insomne es, sin duda, la tortura de ver pasar hora tras hora, tras hora..., cuando cada una es un abismo... Siempre me ha oprimido el pecho pensar en ello, ojalá todo se parara un puto día y pudiera respirar.

  Volvió la luz. Desentumezco las articulaciones, y dejo que vuelva a fluir la sangre regularmente para vestirme. La brisa mece las cortinas de mi piso, y éstas emiten un sonido que entiendo como “abrígate, ya no hace calor”. 

  Una mirada de soslayo al reloj que sigue en el suelo: vale, diez y media, hora de irse. Cruzo la puerta de casa con la imagen fresca de las manecillas. Dios, cómo odio un reloj, ni llevo ni llevaré nunca. Me agobian, me agobia envejecer, y ese chisme no hace más que recordarme lo inevitable. Es siniestro ver consumirse el tiempo de reacción para..., no sé, algo que alivie esto que me trastorna. Al final, acabo haciendo resumen de las décadas a mis espaldas, y cada vez se vuelve más sombrío... Por lo que esos chismes, como digo, acaban rociados en cualquier parte, lejos de mi vista. 

(continúa...)

jueves, 14 de mayo de 2015

Pioneros del rock español (1)


     En los 50 el rock americano estaba pegando fuerte, Presley, Cochran, Gene Vincent, Jerry Lee Lewis y cia. habían tomado ventaja comercial a los primeros rockeros negros como Chuck Berry, Little Richard o Bo Diddley; la fiebre del rock traspasó fronteras y en España empezaron a comercializarse sus vinilos, la marca americana distribuidora de discos RCA Victor (en funcionamiento desde 1901 como "Victor") tenía su asociada en el mercado español, la llamada "RCA Española, asociada de la Radio Corporation of America"; las revistas de música se hacían eco de las nuevas modas, la radio emitía temas de Elvis o de Haley and his Comets una y otra vez, y en Madrid, Zaragoza, Sevilla y Cádiz, no hay que olvidar las cuatro bases militares americanas que existían: las aéreas de Torrejón, Zaragoza, Morón de la Frontera y la naval de Rota, fruto de los Pactos de Madrid del 53, por lo que en estas zonas del país vivían miles de militares norteamicanos con sus familias sintonizando sus temas favoritos de la Chess Records e influenciando, sin duda, a los españoles jóvenes a través de la convivencia.



Portada y disco de un sencillo de Elvis distribuido por RCA España en el año 1958, en la segunda imagen se puede ver el nombre de la empresa asociada española
     Teníamos la música, conocíamos las tendencias, sí, pero tardaríamos más en crear rock nacional que en EEUU y México, varios años más..., y el estilo estaría marcado -y quizá por ello algo más suavizado- por las influencias musicales italianas y francesas, sobretodo por el amigo Johnny Hallyday (en los 60, el beat británico y el twist lograrán conquistar la radio y los festivales por sus ritmos pegadizos y bailables). El primer grupo español que se acercó más a esto fue, pues, "Los Estudiantes", cuya formación se sitúa en la segunda mitad de los 50; con Philips lanzaron su primer EP a comienzos de 1960, tras un año de grabación, tal y como el gran periodista y melómano Matías Uribe menciona en La voz de mi amo. Este EP pese a no contener temas originales, era de un innegable corte rockero totalmente innovador en el panorama musical español, basta escuchar la versión del "Ready Teddy" original de John Marascalo y Robert Blackwel (interpretada inicialmente por Little Richard y Buddy Holly; extremadamente popularizada por Elvis, de hecho, muchas veces se habla de "Ready Teddy" como si fuese un tema original de Elvis, cuando no es cierto) o el "Woo-hoo" del grupo Rockabilly The Rock-A-Teens; el EP contiene otros covers como "La Bamba" de Richie Valens o el arreglo que hizo Luis Arbe de un estudio clásico de guitarra del siglo XII: "Romance anónimo", aquí titulado: "Me enamoré de un Ángel", este tema lo cantaría más tarde Raphael..., ya veis que es un EP un tanto... rarito en cuanto a la elección de sus temas, pero si escucháis los dos primeros que menciono sin duda nos encontramos en un primer buen comienzo hacia la senda del rock. 


 Los Estudiantes: "Ready Teddy"


Los Estudiantes: "Woo-Hoo"

        Bien, "Woo-hoo" en concreto me parece interesantísimo, ya que el original se grabó el en el '59 bajo el sello Roulette Records, tan sólo meses después, Los estudiantes fueron los primerísimos -de los que se tiene constancia- en incluirlo versionado con su particular inglés en un EP, quedando olvidado durante 20 años, hasta la llegada del grupo escocés: The Revillos, éstos lo versionaron con el nuevo título "Yeah Yeah" en su álbum Rev Up, luego le siguieron Les Wampas en 1988 (álbum: Chauds, Sales et Humides); en el '96 un grupo de chicas japonesas 5.6.7.8's lo volvieron a versionar, esta vez con su título original, ¿os suenan?, debería..., Tarantino utilizó esta versión en Kill Bill (2005), popularizando el tema, ¡que nosotros ya conocíamos y habíamos bailado desde el año 1959 con nuestra propia versión en el '60!
Los estudiantes en concierto
Parte trasera del EP El rock and Roll de los Estudiantes donde se puede leer una reseña de El Pueblo que transcribo abajo. 
"Con el ritmo trepidante a manera de sintonía de los estudiantes, comenzó el festejo a las ocho de la tarde, festival que duraría hasta las 11 de la noche. Estos auténticos estudiantes dirigidos por Barranco, son hoy en día una de las mejores atracciones que pueden encontrarse en Madrid, y los únicos españoles que, en conjunto, han conseguido dominar y adaptar al casto español los ritmos americanos de Rock 'n' roll. 
Antonio D. Olano (El Pueblo)
    Desgraciadamente, la fama de los estudiantes no llegó a traspasar, y en ese año tampoco es que grabáramos una cantidad ingente de temas puramente rockeros..., la cosa iba lenta, pero se pueden mencionar algunos: 

    La cantante Mimo (Pilar García de la Mata) grabó en 1960 su primer EP "Mimo's Rock" éste fue en solitario e incluía versiones del canadiense Paul Anka como "Something has changed me" y "Don't Ever Leave me", o también, el original "A Teenager in Love" de Dion and The Belmonts, la versión de Mimo es más rápida, electrizante y algo más "sucia", compruebenlo Vds. mismos:


    Mimo, "A Teenager in Love", en el video de Youtube lo marcan como si fuese de Mimo y los Jumps, aclaración: en 1984, Alligator Records sacó una discografía completa de Mimo y los Jumps en la que aparece esta canción en la cara A, no sé si luego la grabaría con el grupo, pero la original se grabó en su EP de presentación en solitario y data del año 1960, no sería hasta 1962 que se uniera a los Jumps.


Original de Dion and The Belmonts, mucho más melosa y coqueta que la de Mimo, claramente...

    Esta chica tenía talento, los dos últimos discos con los Jumps tienen temas que suenan muy bien, mucho más twist que rock, que en los 60, por otro lado, era bastante normal, muchos grupos estaban tirando hacia esos derroteros, aún así, el sonido de Mimo tenía su personalidad, lástima que la presión social de la época no la dejara continuar...

Ejemplo de Mimo y los Jumps: Mr, Twist (1962)

    Influenciados también por Dion and The Belmonts, tenemos un grupo que no se puede dejar de mencionar en una reseña de estas características: Los Milos, ¿os acordáis de lo que dije arriba sobre la influencia italiana en el "rock-pop-jazz-twist-boogie-experimento raro español"?, bien, pues estos tres valencianos comenzaron sus andanzas en la música grabando versiones de cantantes norteamicanos pero también italianos, y es que Marino Marini, Renato Carossone, Calentano o Little Tony eran grandes referentes europeos en España. Los Milos grabaron su primer EP en 1960, meses después del debut de Los Estudiantes, a diferencia de estos últimos, Los Milos sí que se hicieron famosos, bastante famosos, aunque cantaban versiones (tal y como hacían todos los grupos de la época y como se venía haciendo en Iberoamérica con grupos como Los Rebeldes del Rock o los Teen Tops), el punteo de guitarra doble, el sonido tirando a boogie y las guitarras con pastillas caseras, les dieron un sonido bastante original que ahora nos suena cutre pero que para la época fue revelador.


"Teddy Girl" de Calentano, no sé a vosotros, pero a mí me saca siempre una sonrisa el bailecito...


"Teddy Girl" de Los Milos

   Para mí, y en esto estoy de acuerdo con Matías Uribe, su mejor disco sin duda alguna, y el más rockero (cuando digo rockero aquí, hay que entender que me refiero a un acercamiento, ninguno de estos grupos hacen rock al más puro estilo del término, pero se acercan), es "Zapatos azules de gamuza", publicado en 1961, efectivamente, dentro de este gran EP se encuentra una versión española del tema "Blue Suede Shoes" del maestro Carl Perkins, también podemos encotrar el Lucille de Little Richard versionado como "Lucila": el punteo de guitarra aquí es exquisito, el saxo y la voz, mira que siento debilidad por los gritos de L. Richard en el original, pero Emilio Baldoví (más tarde conocido como Bruno Lomas) lo hacía con mucha garra también... Escúchenlo y disfruten pensado que eso estaba ocurriendo en la Valencia de 1961... 

 EP completo:

1. Versión del GRAN Carl Perkins: "Blue Suede Shoes"



2. Versión de "Lucille" (Little Richard) por Los Milos


3. Versión con Letra del "Caravan" de Juan Tizol e interpretada por Duke Ellington en 1936


4. Baby Blue, versión de la balada del rockero Gene Vincent

   Realmente, se puede ver que van tirando a otros estilos como el Jazz o el Blues..., Los Milos recibieron una oferta de Johnny Stark, manager de Jhonny Hallyday, para un tour en Francia, los actuales integrantes del grupo: Pascual Olivas y Vicente Castelló, deciden quedarse en Valencia, Emilo, por el contrario, acepta y toca con Los Diávolos de gira; a su vuelta, Los Milos han cambiado de sello discográfico y de nombre, ahora son Los Top-Son, Emilio abandona el grupo y se establece en solitario cambiándose el nombre por Bruno Lomas, siendo su grupo Bruno Lomas y sus rockeros; éste versionará temas como "The House of the Rising Sun", "El rock de la cárcel", etc.


Lomas interpretando Hailhouse Rock

    La verdad, es que fue un cantante mítico en la historia del rock español, aunque con los años, sobre todo a partir de la segunda mitad de los 60 que participa en el famosísimo festival de Benidorm, tira un poco a lo comercial de época, es decir, a los cantantes melódicos tipo Raphael/Camilo Sesto, con canciones de este palo: "Como ayer", "Amor amargo", "El mensaje"..., pero vamos, con sus cagadillas, Bruno era un grande.

    Duo Dinamico: primeros ídolos de masas, estilo pop-rock y twist a manta; aaaay...., qué poquito me gustan, ni si quiera en sus comienzos..., no voy a dedicarles mucho a lo chicos del chaleco de pico rojo, la verdad, tienen temas potables como el "Rock de la alegría" o "bailando el twist" ambos aparecen en un EP del '63, aunque ellos grababan desde el principio de la década; sin embargo, mi tema favorito de todo su repertorio es el dedicado a la película de Carol Reed "El tercer Hombre" ("The Third Man", 1949), bastante recomendable si no la habéis visto, por cierto.

    Qué queréis que os diga, a mí El dúo dinámico me suena a los típicos grupos à la "Barbershop", o sea: cantando a capella con una voz que da diabetes; yo siempre me acuerdo de Los Solfamidas (The Be Sharps) el grupo de Homer Simpson que canta "Baby on Board" y me hace mucha gracia...


Tema basado en la banda sonora del Tercer Hombre, siguiendo la BSO con cítara de Anton Karas


El dúo dinámico amarillo... jaja, con el chaleco rojo y todo
                               
      Pero vamos, que eso era twist meloso con el efecto fan de un rocker, para eso me quedo con el Kroner's Duo y su Tutti Frutti, un tema bastante apañadete de su primer EP en 1960, luego tenemos a Kurt/Curro Savoy (Francisco Rodriguez) es otro grande con su Full and Rock (tema propio del '59) o su Harlem Rock and Roll, todo el mundo lo conoce por su habilidad para silbar, el jienense es un hombre con mucho arte sin lugar a dudas..., y para los apasionados de Morricone como lo soy yo, oírle silbar la banda sonora de la trilogía del dólar es maravilloso:

                                     

    ¡Grande, Curro!

     En general, pues, durante el 59 y el 62, ya antes de la edad dorada del pop español, teníamos rockeros como Los Pájaros Locos, Rocky Kan, Gavy Sander's, Chico Valento, Mike Ríos, Pedro Gené: el vocalista de Lone Star ya estaba dando guerra en Reino Unido con su guitarra por aquel entonces, Los Rocking Boys, Los pantalones azules, Los Sonor, antes de escindirse en los Bravos y en Los Pekenikes...

     La mayoría de estos grupos, si no todos, habían tocado alguna vez en las matinales del Price de Madrid, uno de los lugares míticos donde se concentraba la movida musical del momento junto con el Pasapoga también en Madrid (Valencia, Sevilla, Cadiz, Granada o Zaragoza también tenían sus locales, por supuesto), la iniciativa la llevó el batería de los Pekenikes, Pepe Nieto, y su hermano Miguel Ángel; todos los domingos por la mañana había conciertos donde tocaban gente como Los estudiantes, Micky y los Tonys, los diablos negros, Los continentales ("El último tren del espacio" es un gran tema de estos últimos, por cierto)... duró hasta 1964 cuando la mala prensa le obligó a clausurar, en 1970 fue derribado...


Los chicos que actuaban en este circo eran rebeldes del rock y del swing, grandes pioneros, podéis ver un documental de 3 minutos aquí


Los continentales, "El último tren del espacio" (1964), es un poco tardía en comparación con lo que estoy contando, pero el tema es demasiado bueno. Una versión de "The Last Space Train" de The Spotnicks.

Los pájaros locos año 1960, "La gata sobre el tejado de cinc"


Rocky Kan, "Pitágoras" (tema de Calentano), 1961


El MÍTICO Gavy Sander's, zaragozano profeta y rey del rock/twist en su tierra, con sus pantalones de cuero, guitarra vintage y actitud agresiva, era muy jovencito cuando empezó a hacerse notar a finales de los cincuenta y grabar a principios de los 60; mejor que os lo cuente él:


Entrevista a Gavy Sander's, fijaros cómo habla sobre las bases americanas que os comentaba al principio


Chico Valento en su disco del '61, un rock 'n' roll clásico puro-puro, por eso se le llama el primer solista rock español, recordemos que Sander's grababa junto con los Vibrants, y no le encuento la pista al disco que Sander's grabó, pero el festival que ganó fue en el '62 y mira que llevaba tiempo ya tocando...


"My Babe" interpretado por Lone Star, de los mejores grupos que hemos tenido en España; el tema está incluido en un disco del '61, grabado con EMI, otra vez, en Youtube ponen las fechas mal... En el '64 grabarían su versión de "La casa del sol naciente", que tuvo un rotundo éxito en España, el tema es muy bueno, pero esta banda hizo cosas propias que son oro puro, como "Mi Calle".


Los pantalones azules: "Johnny, se bueno" o ('Joni' como lo pronuncuian ellos, jeje), 1961, un temazo de este dúo de rockers: Víctor y José María



The Rocking Boys, "Twist sensacional" (1962)




Mike Ríos, "Locomotion", 1962, otro al que llaman "el rey del twist", pero Sander's el el rey del twist Zaragozano, jaja.


BRUTAL, esta versión eléctrica de los cuatro muleros, ¡qué cachondos, por favor!, Los Sonor eran muy grandes, como he dicho antes, Tony Martínez, Manolo Fernandez y el pedazo de artista Mike Kennedy formaron Los Bravos; en Los Pekenikes estará Jorge Matey.

Os pongo un vídeo de Mike Kennedy que aunque es de 1972, diez años después de todo lo que estoy hablando, merece la pena:


Mike Kennedy y Los Bravos, "Un payaso loco", 1972

       Bueno, pues doy por finalizado el post, la verdad es que me he dejado muchos grupos y solistas en el tintero había bastantes que hacían cosas interesantes, aunque es difícil catalogarlo todo como rock puro porque, ciertamente, no lo es, al menos no literalmente; teníamos mucha mezcla de swing, twist, boogie y la cosa al final se suavizaba, pero ya habéis visto algunos ejemplos de temas que sí que se acercan bastante al género; no he hablado ni de los cubanos Los Llopis, ni de los mejicanos Los rebeldes del rock y compañía, no me interesaba hacer esto más largo y además quería hablar sólo de lo nacional, espero que no se haga muy denso y que alguien que haya vivido esto se tope con la entrada y pueda comentar experiencias, me encantaría leer algo así.

Fuentes consultadas

http://blogs.heraldo.es/lavozdemiamo/?p=2049 artículo en el que está inspirada gran parte de esta entrada, invito a leer cualquier publicación de este periodista, son una mina del conocimiento musical.

http://lafonoteca.net/